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Populismo: ¿enfermedad o síntoma del autoritarismo?

  • Carlo Piérola
  • 14 jun 2016
  • 3 Min. de lectura

El 27 de febrero de este año, Antonio Guterres, Secretario General de la ONU, lanzó una advertencia mundial: el populismo, con su característico abuso de autoridad, estaba conquistando el mundo, por lo que había que luchar contra él (AFP, 2017). Frente a estas declaraciones se le puede dar la razón a Guterres, sobre todo si se piensa en el ascenso de Donald Trump (Lugones, 2016), el museo de Evo Morales (Oppenheimer, 2017) o los enfrentamientos en el gobierno de Nicolás Maduro (Soto, 2017).


Sin embargo, existe un segundo camino, que es dudar de las palabras del Secretario General de la ONU. ¿Será el autoritarismo propio de líderes como Trump o existe un problema subyacente, más profundo? El presente ensayo pretende responder a esta pregunta al afirmar que el populismo revela una naturaleza autoritaria inmanente a la democracia presidencialista. Para demostrar esta tesis, se presentarán una serie de argumentos sobre las características básicas de este sistema, como se presentan a continuación.


El primer argumento se basa en la naturaleza del autoritarismo. De acuerdo con el historiador y politólogo Niall Ferguson, este régimen político consiste en la concentración del poder en pocas personas (2014). Como en una democracia presidencialista el poder está concentrado en un solo hombre, el presidente, seguido de algunos pocos colaboradores, entonces, ese poder se torna autoritario. Esta afirmación se respalda en el descubrimiento del sociólogo Mancur Olson, quien demostró que un promedio de 6 personas eran quienes realizaban las acciones estatales en Estados Unidos (1992), una de las democracias presidencialistas más reconocidas.



Sin embargo, se podría decir que existen instituciones como el poder Legislativo y el poder Judicial que contrarrestan el poder concentrado en el presidente (Arditi, 2004). En respuesta a esta aparente excepción, es pertinente precisar que las relaciones de poder entre estas instituciones y el poder presidencial son asimétricas, como se verá con más claridad en los siguientes argumentos.


Una primera diferencia de poder entre estas instituciones de “contrapeso” y el poder presidencial tiene que ver con el espionaje. El sociólogo Anthony Giddens notó que el Estado mantiene su poder controlando a sus ciudadanos mediante la monopolización de la vigilancia (1990, p.64). Debido a que en una democracia presidencialista la información resultante de la vigilancia pasa por el primer mandatario, este tiene la capacidad de mantener su poder autoritario.


Las pruebas del argumento anterior son casos tales como el espionaje de Richard Nixon al partido Demócrata y la información que reveló Donald Trump al embajador ruso (AFP, 2017). Es así que ambos hechos prueban que el presidente conoce los datos que produce la vigilancia generalizada, información que nunca llega a estas instituciones de “contrapeso” (AFP, 2017).


Frente a esta asimetría, Ferguson opina que sólo la filtración de una cantidad de información similar por medio de redes como el Internet puede contrarrestar el poder de vigilancia presidencial (2014). Empero, el mismo politólogo reconoce que las redes filtran información de manera ocasional (Ferguson, 2014), mientras que los sistemas de vigilancia recopilan datos de manera regular (Giddens, 1990).


Con el mismo modo de razonamiento se descubre una segunda diferencia de poder entre las instituciones y el presidente. Giddens muestra que el Estado ha monopolizado los medios de violencia por medio de las fuerzas armadas y policiales (1990, p.64). Entonces, como en una democracia presidencialista el mandatario tiene el control de los medios de violencia, es posible la imposición de una voluntad autoritaria. Esta afirmación se ve comprobada al notar que, en los sistemas democráticos presidenciales, el presidente es al mismo tiempo el comandante de las FFAA (Soto, 2017).


Hasta este punto se ha argumentado en pro de comprobar que la democracia posee una naturaleza autoritaria debido a sus características básicas. Resta demostrar que no sólo los gobernantes populistas utilizan los factores descritos, sino también aquellos mandatarios con otra orientación política.


Se puede comprobar lo postulado en el párrafo anterior mediante los siguientes hechos. Por un lado, un buen número de líderes populistas usan los medios de violencia para imponer su voluntad. Se pueden citar como ejemplos la represión a los discapacitados por parte de Evo Morales (Palacios, 2017) y la represión a las protestas por el lado de Nicolás Maduro (Soto, 2017).


En la contraparte, están los gobiernos “no populistas”, que tienden a utilizar los medios de vigilancia: desde Bill Clinton pasando por Richard Nixon y Barack Obama, estos mandatarios utilizaron este medio para mantener su poder (Ferguson, 2014). El caso de Obama es paradigmático, pues el sector al que desoyó (como cualquier líder autoritario) se tornó hacia Donald Trump en las últimas elecciones (Lugones, 2016).

Es así que se puede concluir que, más allá de que un presidente sea autoritario o no, es el sistema democrático presidencialista el que tiene en su ADN al autoritarismo. Entonces, no se debe enfocar la lucha contra mandatarios autoritarios, como lo “ordena” el Secretario General de la ONU, sino se debe luchar por cambiar el sistema que permite florecer a estos individuos.

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